Esa salida especial

Una niña feliz, soñadora, sonriente, así era ella.  Domingo de invierno soleado,  ibamos por primera vez al cine de la calle corrientes a ver la película de Disney.  Tenía tanta emoción y excitación, que no podía quedarse quieta.

Llegamos con tiempo. Papa siempre era muy previsor con los horarios.  Mamá más ausente. Por qué no la recuerdo a mamá?  Estaba? O se había quedado?  No importaba, para mi papa era todo. Él siempre estaba, escuchaba, acompañaba.

Ahora la recuerdo, esa tarde, mama me había vestido. Ella siempre me vestía y peinaba.  Era tan detallista, que yo siempre estaba impecable, con un vestido floreado con la pechera en punto smog y el saquito blanco, infaltable, medias blancas y zapatitos guillermina negros. Hermosa!

Ese día estaba cumpliendo uno de mis sueños, ir al cine a ver la última película de Disney.  Todas mis amigas hablaban de ella, deseaba tanto verla. Hacer un programa no era algo habitual, papá y mamá trabajaban juntos, mucho, con largos horarios y los fines de semana estaban cansados.  Solían quedarse en casa. Yo acompañaba, me gustaba estar con ellos, había mucho amor entre ellos. Pero… me hubiera gustado tener más paseos…

Llegamos al lugar en el auto, nos acercamos a la boletería para comprar las entradas.   La gente se agolpaba, era un enjambre de chicos por todos lados. 

El hall del cine era como la entrada a un palacio, dorado con cortinados pesados color mora, lámparas colgantes con brillo.   Propio de una princesa. 

Ya con las entradas, hicimos la cola para entrar a la sala.  Era la primera vez que entraba.  Finalmente, un hombre bajo y gordito con un bigote negro grueso se paró enfrente y grito “entradas en la mano por favor”.

Yo lo miré a papa, que era altísimo, mis ojos subían hasta llegar a sus ojos, le agarré la mano fuerte para asegurarme de no perderme en esa vorágine de gente, ese cuello de botella, por donde había que pasar.

 

Papá no me soltaba la mano y hacia malabares para entregar los tickets mientras el gordito esperaba.  Finalmente entramos. Empezamos a caminar, el piso era de alfombra roja, había un cortinado que había que atravesar. 

Y … al pasar el cortinado, la gran sala, como el salón de baile de los reyes, igual que las películas que daban por la tele.  Era más de lo que había imaginado. Las butacas de cuero brillaban.  Un señor nos indicó nuestro lugar y papa le dio unas monedas con una sonrisa. Yo siempre estaba pendiente de todo lo que hacía papá.

Allí nos ubicamos y se escuchaba el bullicio de los miles de niños que había. De repente apareció a lo lejos un señor, con una bandeja llena de golosinas.  Mi hermano Juan, menor que yo, si también estaba mi hermano juan!  Mi amor por papá, hacía que no le diera tanta importancia a juan.  Yo tenía 7 años, Juan tenía dos menos. Un enano simpático. En plena carrera por sobresalir y ganar el corazón de mi papa solo para mí, hacía que le restara importancia a ese pequeño ser humano.

Se acercó el señor de la bandeja,  y preguntó “desea algo sr.?” Yo miré a papá con los ojos como dos huevos fritos, expectante a que iba contestar.  Cuando escucho la voz del enano que dice : “pa, yo quiero chocolate!!!!”